sábado, 21 de agosto de 2010

El deseo

Se cifraban en ti todas las formas
del deseo. No eras nada mío
y ya saboreaba cada trozo
de tu piel ofrecida, como nuevos

dones de un paraíso terrenal.
Con avidez sorbía cada parte
de tus adolescentes labios tímidos,
despreocupados por la turbación ajena.

Eras un cuerpo joven que esperaba
dispuesto a despertar a los placeres
cuando una mano diestra lo pidiese.

Eras una tristeza en la mirada lánguida,
un estar y no estar pasando por la vida
como una flor abandonada y digna.

lunes, 15 de febrero de 2010

Aprendiste el fracaso

Que la vida es la guerra lo aprendiste
al ver cómo tu padre agonizaba
a lo lejos, en brazos de un amigo
que lo ayudaba a resignarse a bien morir.
Heredaste su espada y aquel extraño gusto
por los libros antiguos y por esas historias
que cantaban los hombres al calor de la lumbre.
Heredaste, además, un reino sin monarca,
esa mirada altiva ante la muerte
y el desprecio a las bestias
que viven fuera de los límites de Alanda.
Que la vida es injusta lo aprendiste
cuando cayó la losa del poder
sobre tu espalda tierna e inexperta
y cuando ya no eras para nadie
la princesa sin reino
que disfrutaba de los prados verdes
y los atardeceres en las montañas grises.
Que la vida es luchar contra el fracaso
y el desaliento lo aprendiste
cuando el linaje de los hombres levantaba
el peso de una espada cuyo filo
era la historia de la sangre noble
de los pueblos magnánimos y heroicos.
Aprendiste el fracaso
cuando los generales de tu ejército
te pedían perdón por la derrota.

sábado, 16 de enero de 2010

Uno de bienaventuranzas

Bienaventurados los que pierden
porque de ellos son las miradas compasivas
en las tardes de domingo.
Bienaventurados los que se lamentan
porque suyo es el paraíso de los inútiles.
Bienaventurados los que nunca creyeron
en sus fuerzas y lanzaron sus pendones
a las huestes enemigas.
Bienaventurados los que fracasan
y organizan sus vidas conforme a una derrota.
Bienaventurados los que esperan
el viento de cara y un golpe de fortuna
puesto que viven en el tiempo detenido.
Bienaventurados los que no se embarcan,
bienaventurados los que no se mojan.
Bienaventurados todos
porque suyo es el reino de las disculpas.
Bienaventurados, en fin, los fracasados
los inútiles y los cobardes
porque siempre habrá una excusa para ellos,
porque no sabrán nunca que lo son.