jueves, 19 de noviembre de 2009

El adiós

Sonó como un paréntesis en blanco
el timbre recio y crudo de tu lengua,
relámpago y catástrofe, en mi oído.

El adiós es un número tremendo
de equilibrista temerario
que salta hacia el futuro sin redes que lo salven.

Sonó a congoja en mi costado roto,
a un enredo de cuerdas en mi garganta abierta,
a ceniza en los bordes de mis labios
y, en los ojos, a mar intenso y seco.

Los adioses no entienden de festivo
ni de domingo, ni de amores testarudos.
Tan solo saben de acabar con el pasado,
con la memoria y el sabor de los amantes.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Los hombres-árbol

El sol muy lentamente se levanta
sobre las copas de los árboles que un día
fueron hombres sedientos
de templanza, quietud, paciencia, olvido.
Cuentan los cantos más antiguos
su andar cansino por el bosque,
sus pasos lentos y pausados,
sus almas contemplando el cielo y las estrellas
en noches quietas de verano inmenso,
sus caras en los días últimos
cuando ya estaba decidido
el adiós último y el abandono.
Necesitaban menos cada vez
para existir y se pasaban horas
sintiendo simplemente el aire fresco
recorriendo su cuerpo que bullía,
quietos, plantados en el suelo,
y haciéndose, en silencio, amigos
de los hermosos árboles de todos
los colores y todas las edades y alturas.
Con el tiempo estos hombres
-cantan los cantos que cantaban los abuelos
de los primeros pobladores de estas tierras-
dejaron de ser hombre y fueron árboles
esbeltos, vivos, altos, hacia el cielo.

viernes, 6 de noviembre de 2009

La flor de los almendros

Eres un manantial que fluye
con tus caderas blancas y tus muslos
de ajenjo y de jengibres orientales.

Eres la flor de los almendros,
la lluvia fresca sobre los jazmines
en una noche inmensa del estío.

Eres el caldo dulce de la uva
y el agua helada de los cántaros;
eres esbelta, grácil y liviana
como la bíblica gacela.

Eres la sombra que persigo, el aire
que aspiro mientras busco tu silueta
perdida entre la gente, aislada en el tumulto.

Eres el manantial que me ha bebido.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Qué dolor tan hondo (Homenaje a León Felipe)

¡Qué dolor tan grande!
La vida es ir deshojando los amigos en otoño,
uno a uno, sin remordimiento,
arrancando, sin sentirlo, como hojas secas,
los momentos de ternura,
de amistad y camaradería
que salpicaron los años dichosos de la juventud.
¡Qué dolor tan grande
ver cómo pasan arrastrando sus espaldas,
jóvenes aún a pesar de los años,
viejos ya a pesar de los años,
por los jardines umbríos donde la memoria
hace de las suyas y el llanto nace!
¡Qué dolor tan grande!
Se van alejando poco a poco
en el marasmo rutinario de la vida
los amigos de entonces sin una mirada,
sin tan siquiera decir adiós,
porque no hubo jamás ninguna despedida
y porque no se tuvo nunca la conciencia cierta
de la ruptura definitiva y sin retorno.
¡Qué dolor tan grande!
La congoja embarga a veces los corazones más sensibles
y las mentes más despiertas,
arroja a los ojos desprevenidos y alegres
el fin de la amistad
como un puñado de penas.
Porque la vida es un viaje sin retorno
y los amigos, una estación en el pasado.
¡Qué dolor tan grande!
Solo existen los amigos de la adolescencia
y esos hombres mayores que caminan a mi lado
ya no me entienden, ya no me escuchan, ya no me sirven.
El tiempo ha engullido a mis amigos
y ha lanzado un eructo brutal,
que me ha dejado sordo y ciego,
del que nacieron esos desconocidos.
¡Qué dolor tan grande!
Ya no puedo romper una tarde por el centro
y pasar horas enteras en comunión.
Ya no puedo esperar la risa cómplice
y la mirada incondicional y sincera.
¡Qué dolor tan grande!
Ya no puedo hacer que me pierdo
para encontrarme de golpe entre los hombres
que suavizaron mis pasos por el mundo.
Ya no puedo refugiarme en los brazos
solidarios, conmovidos, entregados
del amigo que todo lo entiende y soluciona.
Ya no puedo no pensar en el pasado.
¡Qué dolor tan grande!
El vino y las mujeres dejaron de darnos miedo
para aterrorizarnos y endulzar nuestras noches.
Nuestros caminos dejaron de llevarnos siempre
hacia encrucijadas donde estábamos
plantados algunos de nosotros,
como baliza en el mar tempestuoso de nuestra adolescencia.
¡Qué dolor tan grande!
He olvidado qué deciros si os encuentro por la calle
un día de esos, negros como yo mismo,
para que podáis alzarme
entre vuestras manos y vuestras palabras.
He olvidado qué deciros si os encuentro
y me preguntáis...
¡Qué dolor tan grande
no poder decir que os añoro de veras,
y que añoro sobre todo
aquel tiempo dichoso en que la juventud
era nuestro divino tesoro y no lo sabíamos!
¡Qué dolor tan hondo
deshojar amigos en otoño,
ver cómo van alejándose, uno a uno, poco a poco,
dejarlos olvidados en el andén de la estación de un pueblo bruto y tosco,
como yo, y no escuchar ya nada porque me ha dejado sordo
el eructo soberbio del tiempo, ver cómo
ya no puedo nada de lo de antes con vosotros,
ver cómo
ya no hay encrucijadas con balizas contra el mar tempestuoso
de la juventud y ver – qué dolor tan hondo –
cómo y cuánto cada día que transcurre sin vosotros
os añoro.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Cuando crezcas sabrás

Cuando crezcas sabrás del odio y la venganza
del miserable lisonjero y dócil.
Sabrás de las desdichas que se ocultan
en las habitaciones de palacio
y el desconsuelo unido
a la belleza y a la soledad.
Cuando crezcas, princesa, serás la reina
de todos estos seres que te admiran:
de los hombres del bosque
y de los árboles que danzan
al son del viento,
de los que permanecen encerrados
en las esferas mágicas de vidrio,
de las hadas del mundo
-malas y buenas-.
Cuando crezcas, princesa, lucharás con desvelo
para limpiar de monstruos tus dominios,
de miedo el corazón de tus hermanos
y de maldad el rostro de las brujas.
Los sinsabores serán mil desgracias
y mil los soles apagados en tu seno,
mil veces rotas en pedazos
todas tus esperanzas de calma, de sosiego,
mil las traiciones, mil las emboscadas
y mil las lágrimas que viertas a escondidas.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Volver a empezar

Llegarás desde tierras muy lejanas

cantando las canciones de lugares

hermosos y remotos,

hablando de esos bosques enigmáticos

poblados por los árboles

desde el comienzo de los tiempos,

contando las hazañas de los héroes

que vencieron en guerras con nobleza

y con casta y salvaron de las llamas

pueblos enteros con sus gentes.

Llegarás acordándote en silencio

de las noches de estrella en descampados

inmensos, cuando apenas te tapaba

el leve velo de la noche quieta,

de las historias en la hoguera roja

y de la espera incierta del nuevo amanecer.

Y llegarás, aquí, con la experiencia a cuestas

de tus años vagando por el mundo

y sonreirás al ver el gesto entusiasmado

del niño que imagina mientras juega

su porvenir celeste...

y entonces todo empezará de nuevo.