domingo, 17 de noviembre de 2013

Un domingo por la tarde

      Creo que era en Ardor guerrero de Antonio Muñoz Molina donde el protagonista sufría un domingo de permiso de tiendas cerradas y calles sin gente, sin saber muy bien qué hacer, y hablaba de la imposibilidad de ser feliz un domingo por la tarde. Desde que leí aquella obra he tenido la sentencia precisa del ubetense como apoyo para explicarme este sentimiento de melancolía que me asalta muchas veces al atardecer. No hay una razón concreta, tan solo un abatimiento que va minando el espíritu hasta desparramarlo inexorablemente por todos los rincones del salón, obligándome a caminar como un alma en pena por mi propia casa, buscando por los rincones algún objeto, algún aliciente, que despierte de nuevo mi interés por la vida, por la acción, antes de rendirme a las sábanas y de entregarme a la esperanza vana de los lunes y del trabajo y de la vida cotidiana que incita a la actividad quizá un tanto irreflexiva.
      No sé si el conocimiento de esa imposibilidad de ser feliz un domingo por la tarde ha determinado muchas veces que me recate cuando los domingos no me afectan y disfruto de las tardes en los parques, con mis hijos corriendo y con las hojas cayendo lentamente a mis pies que las destrozan entre crujientes quejidos, como si fueran panes recién sacados del horno, o me encuentro envuelto en las palabras amigas de una charla fraternal, o en la lectura conocida de los libros que me gustan, o alargando el café con las palabras, o escribiendo como si no hubiera mañana y de verdad me ganara la vida a base de palabras. Esos días pienso en todos esos hombres que experimentan la imposibilidad de ser feliz un domingo por la tarde y me siento un poquito más triste. No sé si Muñoz Molina me hizo un favor explicándome cosas o me condenó a la melancolía dominguera.

No hay comentarios: