martes, 18 de junio de 2013

Antiguos compañeros

    Por razones de supervivencia, el ser humano se acostumbra y habitúa a vivir de una determinada manera: levantándose a las 7 de la mañana para dar clases en un instituto o a las 2 de la tarde después de haber estado de guardia en una farmacia o en un hospital o sirviendo copas; llevando a los niños al parque o al colegio o sacando al perro; cenando con la pareja o buscando parejas nuevas cada noche; viendo la televisión o leyendo o surfeando por internet.
    Estos hábitos, que no son más que eso, se transforman un buen día en una tela opaca que impide que la luz de lo diferente nos deslumbre y, en ese momento, esos hábitos dejan de serlo y se convierten en una necesidad o en una condena elegida hace tanto tiempo que olvidamos que la elegimos.
    Entonces, cuando más convencidos estamos de que las cosas no pueden ser de otra manera, ocurre algo que nos zarandea, nos sobrecoge y nos sume en un extraño sentimiento de nostalgia de lo que nunca hemos tenido, el anhelo de poder haber sido otra cosa.
    Hace unos días asistí a una cena de antiguos compañeros del colegio, a los que hacía veinte años que no veía o con los que hacía veinte años que no charlaba, para homenajear a nuestra maestra. Nos pusimos al día, comprobamos cómo el tiempo nos había tratado generosamente, por lo general, y descubrimos que seguíamos instalados en los 14 años, cerrando antiguas discusiones, antiguas historias de amor, viejas bromas, amables burlas. En esencia, éramos los mismos, seguíamos siendo igual de tímidos, de ingeniosos y espontáneos, de pícaros, de charlatanes, inquietos, cariñosos. En aquel ambiente tan agradable, bajo el cielo de junio, surgía una nota de nostalgia: ¿Cómo habrían sido nuestras vidas -mi vida- si hubiéramos alterado algunas de nuestras elecciones, si hubiéramos decidido declararnos o estudiar otra cosa o no estudiar, o ir hasta Mallorca en el viaje de fin de curso, o, simplemente, mantener un contacto más estrecho y cotidiano con aquellas personas que tanto nos influyeron en la infancia?
    Se puede vivir complacido en el presente, a gusto con lo que somos, felices con la vida que tenemos, pero la melancolía sabe tocar siempre los resortes necesarios para hacernos pensar en el otro que podríamos haber llegado a ser si, en un momento cualquiera del camino, hubiéramos tomado otra vereda, otro sendero.

No hay comentarios: